martes, 1 de noviembre de 2011

Tradición consumida

"Es la hora de emigrar, me dicen mis compañeras. Me iré a un sitio más cálido, a vivir más aventuras, y dentro de medio año, volveré. Eso pensé en su día, al marcharme de este lugar que tan feliz me hizo, en el que siempre que necesitaba una rama en la que aposentarme, algo de comida o cobijo de la lluvia, ahí estaba.
Ese sitio que me hizo recobrar las ganas de realizar mis cantos matutinos, mis paseos aéreos a mediodía y mi tranquilidad al atardecer.
Llegué al sitio cálido, pero nada era igual. Ansiaba volver a aquél lugar, aquél santuario, para recobrar las ganas de seguir siendo un ave y hacer esas pequeñas cosas que me hacían sentir feliz y ahora ya no.
Al volver, ahora, ya he perdido la esperanza en todo. Llegué y todo lo que vi fue un gran desierto de metal. Todos los árboles, talados. En su lugar había frío asfalto, y un montón de máquinas metálicas, algunas más altas que cualquier árbol que jamás haya visto, que elevaban al aire cajas con cosas que creo que servian para que los humanos construyeran sus casas. Pero para que ellos construyan sus casas, a mí me han arrebatado mi santuario...
Ahora no me queda más que intentar buscar otro..."


Ésa era la historia de un pájaro. La verdad, algo le entiendo.
Siempre que cierta espina se clavaba, llegaba un momento que viajaba a un lugar y allí se solucionaba todo. Hace poco iba a ir, estaba ya prácticamente todo planeado, pero al final no ha sido así.
¿Es una señal de que ya no hay solución? ¿Debo seguir viajando, buscando otro sitio en el que cobijarme?

1 comentarios:

Unknown dijo...

"Que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver", dicen.
Y me asusto de mi misma, pero cada vez estoy más de acuerdo. Aunque qué se le va a hacer, yo prefiero ser masoquista, siempre vuelvo.

Publicar un comentario